Lucía Berrozpe, de 77 años, asegura que no ha dejado de llevar flores a su padre ningún primero de noviembre desde hace más de 60 años. Desde que tenía "8 o 9 años" acompañó a su madre desde Haro hasta Logroño en autobús y de ahí a pie siete kilómetros al cementerio que los franquistas improvisaron junto a un barranco en Lardero (La Rioja). Una vez allí, tres parejas de guardias civiles custodiaban las tres zanjas donde fueron enterrados 407 fusilados entre septiembre y diciembre de 1936.
Lucía continuó ayer la tradición familiar junto con sus nietas en el cementerio de La Barranca. La Asociación para la Preservación de la Memoria Histórica en La Rioja homenajeó a las viudas de negro que cada 1 de noviembre, desde la inmediata posguerra, acudieron fielmente a llorar a sus maridos desaparecidos, con la inauguración de un monumento en su honor. (klik egin-ver más)
Diego Barcala, en Público
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