Gravísimo delito
el facilitar una máquina de escribir para que otro escribiese un artículo para
un detestado periódico de Madrid. Agosto de 1936. La arbitrariedad, el capricho
y el disparate eran los patrones de la vida cotidiana de aquella retaguardia en
la que la caza del hombre se practicaba a diario. Aquel verano no hubo vacas,
pero hubo cacería. Ese disparate abusivo –andaban sobrados de tarados y
maniacos–, es propio de un mundo en el que ha desaparecido cualquier atisbo de
legalidad que no sea el de la fuerza de las armas, sostenida por principios
religiosos tirando a burdos y baja instrucción. Esto me ha recordado a otro
disparate de esas fechas como es el de un secretario de ayuntamiento de la
Montaña de Navarra al que acusan de que el párroco en el sermón ha defendido la
patria vasca… Ya traeré la cita exacta en otro momento cuando el documento
salga a la superficie. Los motivos por los que perdías la vida o eras detenido
y encarcelado eran tan fútiles y arbitrarios que tenían por fuerza aterrorizada
a una parte de la población, a la espera de ser denunciada por el vecino, el
pariente, el jefe de puesto, el cura, alguien, alguien que te había visto vivir
y a quien no le gustabas.
Miguel Sánchez-Ostiz, en Vivir de Buena Gana
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