En un cuarto sin uso de unas cocheras de la empresa de autobuses de Lisboa, la Comisión de Trabajadores ha distribuido al buen tun-tun lo básico: cartones de leche, latas de sardinas y botes de salchichas, tarros de judías blancas, macarrones y varias decenas de paquetes cilíndricos de galletas María apilados como troncos en una serrería. Desde hace meses, los conductores de los autobuses y los tranvías lisboetas donan y almacenan alimentos no para asociaciones de pobres o campañas benéficas de barrios periféricos. Esto es más simple y más brutal: son para ellos mismos, para compañeros que a pesar de tener trabajo y un sueldo mensual, pasan hambre a fin de mes. (klik egin-ver más)
El País
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