Es muy fácil para quien oculta su identidad señalar al que no sólo la declara, sino que la ofrece como parte de su propio aval profesional. Es el caso de Javier Lorente, periodista de Onda Cero y El País, en mi opinión una auténtica honra de su profesión, al que intentan presentar como si fuera un activista político con teclado y micrófono. O el de la escritora y colaboradora de este medio Fátima Frutos, que tuvo que presentar una denuncia ante la policía por el acoso que sufría. Esta semana le ha tocado a quien escribe en la última página de este ejemplar, Jorge Nagore. La reacción llegó tras su artículo del viernes, en el que se limitó a cuestionar que el periódico editado en Cordovilla ofreciera como contrapunto de sus ediciones la opinión de un personaje anónimo, Dulanz, capaz de llegar al delirio -esto lo digo yo- de descalificar al pincho ganador del concurso porque su nombre era un “trabalenguas euskérico”. Creo que Nagore fue comedido y caballeroso cuando se refería sólo a un aspecto formal de tal opinión, el hecho de que sea suscrita anónimamente. Probablemente sabe que la justificación real del pseudónimo sea la vergüenza que podría experimentar el autor si sus vecinos le vieron salir del ascensor tras leer sus piezas, que ni tienen gracia ni tienen inteligencia. O lo que es peor, que son la representación de una actitud periodísticamente tan vieja y tan cutre como es la de pretender aleccionar a los lectores de un medio, imponiendo lo que estos deban pensar incluso en el momento de degustar un pincho. Jorge Nagore tuvo que aguantar a la jauría tuitera y lo significativo es también que ésta haya salido en defensa del honor mancillado del que consideran su periódico. Es un síntoma más de lo poco que respetan la libertad quienes justamente la buscan en modo superlativo a base de ocultar su identidad. (klik egin-ver más)
Santiago Cervera, en Diario de Noticias
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