Estoy pensando que la vida, a veces, te regala regalos que no esperabas. Hoy (en realidad ayer) he tenido unos de esos regalos que llegan como bajados del cielo. Ha llegado de la mano de miles de personas que han entendido bien de qué va la cosa. Y la cosa va, me dicen, de un barrio, Errekaleor (arroyo seco) ubicado en Vitoria-Gasteiz, que un mal día se construyó barato, muy barato, para dar cobijo a los trabajadores. Trabajadores de sur, del este o del oeste, que llegaron a esas tierras para vender su fuerza de trabajo. Con el paso del tiempo el barrio perdió (casi perdió) su razón de ser, quedando relegado, olvidado, en la agenda política de los políticos. Y llegó un día que el barrio hizo de las cenizas una utopía, de la utopía un sueño, del sueño una realidad. Donde antes no había nada, ahora crecen las ilusiones al calor, al abrigo, del esfuerzo de unas decenas de resistentes. Errekaleor enseñó (enseña) que es posible vivir bajo el paraguas de la solidaridad, del apoyo mutuo, de la acción directa. El gobierno municipal de Vitoria-Gasteiz quiere dinamitar el barrio para hacer, dicen, huertos ecológicos en las afueras (muy afueras) de la ciudad. Lo que no dice el Ayuntamiento vitoriano es que lo que está en juego es otro asunto: no quieren a nadie fuera del rebaño. No vaya a ser que se les desmonte el chiringuito. Siete mil, ocho mil personas, estuvimos la tarde del sábado 3 de junio de 2017 paseando las calles de la capital política de Euskadi para poner nuestro grano de arena. Los habrá que digan que en esa manifestación había gente procedentes de otros sitios, que no todos eran de Gasteiz. ¿Desde cuándo la solidaridad entiende de fronteras, pueblos, y banderas? ¿Acaso ellos no validan el discurso de la globalización porque es bueno para la humanidad? Mientras el mundo sea mundo siempre habrá una barricada que separe a unos de otros.
Félix Hereña
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