Algunos enseguida quisieron reducirlo a su peinado con forma de platillo volante naranja, sus gestos, sus groserías, sus tuits, sus palacios, sus miles de millones de dólares y sus obscenidades diversas. Era una forma de infundir calma después del shock que supuso, en noviembre de 2016, la elección de Donald Trump como 45º presidente de Estados Unidos. Un clown al frente de la primera potencia mundial, cierto, pero un clown.
Clownman, nos aseguraban los mismos, rápidamente entraría en vereda: la maquinaria del Congreso, su Gobierno y las agencias de seguridad americanas iban a aplacar al histrión metódicamente. Después del show de telerrealidad, que permitió a la derecha más reaccionaria hacerse con las riendas del Gobierno federal, la sana gestión conservadora iba a recuperar sus derechos. Donald Trump sólo se exhibiría de vez en cuando en la vitrina. Sería el presidente crisantemo encargado de excitar a los espectadores de Fox News y a las masas de paisanos revanchistas. (klik egin-ver más)
François Bonnet, en Mediapart
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