La reina más plebeya de la historia de España sigue dando que hablar más por sus gestos -como es costumbre- que por su trabajo. La adjunta al jefe del Estado la ha vuelto a liar en Sevilla. Mientras estrechaba sus reales manos con las de las personas que se agolpaban ante las vallas, no se percató de un pequeño desnivel que casi le hace sentir en sus carnes los peligros del adoquinado. Tras exhalar un quejoso “¡Qué me caigo!” le recriminó a uno de sus muchos guardaespaldas su falta de previsión ante tal obstáculo casi insalvable para sus monárquicos andares. “No me has avisado del escalón. Casi me mato”, le espetó con tronío y soberbia al abochornado escolta que no sabía dónde meterse. Para dejar clara su condición y autoridad el rapapolvo concluyó, agarrándole del brazo, con un “¿No has visto que hay un escalón? Mira”. El zasca real fue de órdago. Todo por que se había puesto en entredicho un regio paseo, promocional y altivo, que le impedía siquiera mirar por donde pisaba. Es una reina que nos tiene acostumbrados a las bofetadas verbales y gestuales públicas con los que le rodean. Pero hacerlo con los servidores públicos que la convierten en una de las personas más vigiladas y seguras -con dinero de los contribuyentes- es traspasar la barrera de la indecencia, pisotear a sus asistentes y abusar de sus privilegios. Que son demasiados.
Rafa Martín, en Diario de Noticias
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