Una amiga, preciosa, dice que en Tafalla hay una mano negra que todo lo destroza. Lo deshace, lo machaca. Yo me lo creo (a veces). Vi, de niña, demoler la plaza del mercado. Un espacio donde la luz cenital penetraba bañando las verduras y frutas de las huertas; sobre su superficie depositaba una pátina de belleza primitiva, radical. El mercado era lugar de intercambio, convivencia, vecindad. Cada uno de los abigarrados, coloridos y exuberantes mercados de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, México, Marruecos, India o Tailandia, que visité cuando el mundo era redondo y habitable, descargaba en mí una corriente de nostalgia por el desaparecido mercado de nuestro pueblo. A cambio, se nos obsequió con la construcción de un edificio escandalosamente horrible. Ahí mismo, en el centro, para que resulte evidente que el camino de la especulación iniciado en aquellos años es más amplio que las sendas que se acostumbraba a arreglar en hauzalan. El mercado nunca se recuperó. Sólo el valor humano de vendedoras y vendedores redime a esas paredes de su fealdad. (klik egin-ver más)
Marina Aoiz, en su página de Facebook
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