Esa semana tenía cita para recoger los resultados de una analítica propia de la edad. Y como siempre que esto ocurría, la noche anterior no durmió preso de esos miedos que uno tiene sin saber su procedencia. Dio vueltas en la cama hasta la hora de la consulta donde esperaba recibir algo así como el fin de un indulto inmerecido. A la hora señalada entró en la consulta como se entra en una noche sin amanecer. Su médica le allanó el camino: colesterol, tensión alta y ligero sobrepeso. Visto así era la trilogía del infarto, pero nada que apuntase a vivir pendiente de un hilo y depender de los tantos por ciento. Hoy día había medicación para todo y la ciencia nos regalaba 30 años más de vida. Así que el miedo a ese bulto interno que funciona como el imperialismo expansionista, de momento, podía esperar. Salió de la consulta con varias recetas y un aviso de la doctora: la longevidad es una verdad estadística pero no una garantía personal. Ya en casa se acordó de Ernesto Burgio quien le dijo una vez "no se puede alargar la vida sin quitarle dignidad". Y en eso, él era muy digno.
Paco Roda, en Diario de Noticias
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