De muetes, cuando nos obligaban a ir al confesionario con una periodicidad tal que casi no daba tiempo ni de llenar la talega de los pecados, recuerdo que el confesor siempre respondía con una pregunta a nuestras autoinculpaciones: ¿Cuántas veces?. No bastaba decir que habías dicho una mentirijilla. Había que concretar el número de veces, ya que de ello dependía la gravedad del pecado y la penitencia posterior. Repetir una misma trola a mucha gente era agravante. Mentir para ocultar culpas mayores, (ofensa al séptimo mandamiento por ejemplo) suponía ser reo de penas infernales. (klik egin-ver más)
José Mari Esparza, miembro de la Plataforma de Defensa del Patrimonio Navarro; Nafarroako Ondasunaren Defentsarako Plataforma
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