Una fatídica tarde de julio de 1956 noté un revuelo especial en casa. A mi madre le pasaba algo… y comenzó a venir mucha gente: médico, practicante, parientes, las mujeres del barrio, vecinos…
En medio de aquel tumulto, mi tía Joaquina, hermana de mi padre, me agarró de la mano y me llevó a su casa.
A los días de estar en casa de la tía me dijeron que mi mamá había muerto; que se había ido al Cielo y que ya no la iba a volver a ver nunca más…
Y es que mi madre traía en su vientre dos hermanicas, tuvo complicaciones a la hora del parto y la tuvieron que llevar a la Maternidad de Pamplona.
Sólo una de mis hermanicas sobrevivió al nacimiento. Mi mamá murió al traerlas al mundo… y la enterraron en Pamplona.
Mi padre viajó unas cuantas veces a la capital para visitar a la hermanica sobreviviente pero, al poco, ella también murió en la Maternidad…
Cada año, llegado el día de Todos los Santos, mi padre viajaba a Pamplona para visitar la tumba de mi madre... y la de mis hermanicas, a las que nunca conocí…
El tiempo fue pasando. Desde que quedé huérfano viví con la tía Joaquina. Mi padre acudía a estar con nosotros, a comer y cenar en casa de la tía y luego se iba a dormir a la casa donde nací y vivo ahora. (klik egin-ver más)
Mikel Burgui, en su blog
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