domingo, 28 de febrero de 2016

UN IDIOMA SIEMPRE SUMA, NUNCA RESTA

Cuando nací, hace 28 años, nadie en mi casa hablaba euskara. Ni mi madre, ni mi padre. Tampoco mis familiares más allegados, muchos de los cuales habían llegado a tierras vascas en busca de trabajo y de un futuro mejor. A decir verdad, nunca tuvieron una especial vinculación con el euskara, pero si hay algo que les agradezco es el haberme dado la oportunidad de aprender esta lengua desde el primer día en que pisé un centro escolar.
Aunque lo he pensado a menudo, no alcanzo a imaginar cómo habría transcurrido mi vida si no me hubieran matriculado en el modelo D. Es imposible averiguarlo, obviamente, pero seguro que no hubiera conocido a la mayoría de mis amigos, tal vez frecuentaría otros lugares y quién sabe si me hubiera decantado por el periodismo.
No digo que mi vida en ese caso hubiera sido ni mejor ni peor, pero sí muy diferente. Las anteriormente citadas, lo sé, son simples circunstancias personales. Más allá de esas circunstancias, la verdadera grandeza del euskara –ojo, como la de cualquier otro idioma– es abrir una ventana a un nuevo mundo que nos ayuda a ser un poquito mejores.  (klik egin-ver más)
Rubén Pascual, en GARA