sábado, 15 de agosto de 2020

JUAN CARLOS I Y LOS OJOS DE SUECIA

              Cuando se afirma que la monarquía no es incompatible con la democracia y se esgrimen ejemplos como el de la monarquía sueca, se apunta a un argumento razonable. Se trata del último baluarte defensivo de los partidarios del trono, y merece la pena comprobar su consistencia. Desde él, la cuestión consiste en establecer hasta qué punto nuestra monarquía concreta se parece – jurídica, histórica e incluso genealógicamente – a esa monarquía y a las de otros Estados que también suelen citarse, como Noruega u Holanda. Y hay diferencias palpables. Aunque las mismas se encarnan en una misma realidad – en una misma familia, de hecho -, pueden deslindarse a efectos analíticos cuatro grandes categorías. Una es institucional: carencias democráticas. Otra es histórica: deslegitimación de origen. Otra es política: exceso de nacionalismo español. La última es moral: la corrupción de Juan Carlos I. Esta última, además, se extiende hasta configurar cierta institucionalidad blanda, pero omnipresente. Vayamos por partes.  (klik egin-ver más)
Jorge Urdánoz, en eldiario.es