Siempre a la espera de que se desclasifiquen los documentos oficiales sobre este caso (entre ellos, las grabaciones de las conversaciones telefónicas en la tarde y la noche entre los ocupantes del Congreso y el exterior), amparados por una ley de secretos oficiales de abril de 1968 escandalosamente todavía en vigor, varias son las versiones escritas y audiovisuales que han ido circulando a lo largo de todos estos años sobre lo ocurrido durante una jornada de la que en menos de un año conmemoraremos su 40 aniversario.
La versión más reciente, que yo conozca, es la del documental de EITB, emitido el pasado 23 de febrero, con el título “23F ¿Hasta dónde llega la mano del Rey?”. En él se puede escuchar de nuevo diferentes relatos sobre aquellos hechos, entre los que destaca el de la periodista, entonces amiga de Juan Carlos I de Borbón, Pilar Urbano (“El Rey paró un golpe que él había puesto en marcha”); o la mención que se hace al informe del embajador alemán, desclasificado en 2012 en su país, en el que contaba que en su conversación con el rey éste le mostró comprensión, incluso simpatía, por los golpistas 1/. Prácticamente, ninguna de las personas entrevistadas libra de sospechas al rey sobre su conocimiento de lo que se preparaba el 23-F y sus vacilaciones antes de salir en TVE 7 horas después de la ocupación del Congreso por el teniente coronel Tejero y de la toma de Valencia por el general Milans del Bosch. Un discurso en el que expresa su condena del golpe… de Tejero, “no necesariamente del golpe de Armada”, como reconoce Javier Cercas; autor, por cierto, de una exhaustiva e interesada “crónica-ensayo”, como él mismo la denominó, Anatomía de un instante, publicada en 2009, verdadera apología de Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo que, sin embargo, no consigue incluir entre sus héroes al Borbón.
Detrás de ese interés oficial en no querer dar a conocer toda la verdad está, sin lugar a dudas y sobre todo, la mitificación que a partir de entonces se hizo del papel del Rey como salvador de la patria y de la democracia, pretendiendo negar ante la opinión pública la complicidad de Juan Carlos I hasta el último momento con Armada y su aceptación del acuerdo (el pacto del capó) que éste firmó con Tejero, en el que a cambio de su rendición establecían unos límites al futuro juicio a los implicados 2/. Un pacto en el que se prometía poner “orden en las autonomías”, objetivo este que se empezó a cumplir el mismo 24 de febrero por la tarde en una reunión a puerta cerrada con los partidos españoles presidida por el rey y excluyendo a los partidos de ámbito vasco y catalán.
Jaime Pastor, en Viento Sur
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