El 15 de agosto de 1952 tuvo lugar una de las epopeyas más entrañables del montañismo navarro. Se conmemoraba el 400º aniversario de la muerte de San Francisco Javier y varios socios del Club Deportivo Navarra alumbraron la idea de colocar una imagen del santo en el punto más alto de la Comunidad foral. La imagen se encargó al escultor Áureo Rebolé. Medía 2,10 metros y pesaba más de 200 kilos. Estuvo expuesta unos días en los jardines de Diputación y a finales de julio, seccionada en diez partes, se trasladó a Isaba en autobús de línea. La carretera terminaba entonces en la borda de Pedregón, al comienzo del valle de Belagua, y los encargados de montar la estatua iniciaron allí el ascenso hasta la cima de la Mesa de los Tres Reyes, a 2.434 metros de altitud. Llevaban herramientas, comida, cemento y tiendas de campaña. Las piezas de la imagen se subieron con ayuda de varios mulos, aunque uno de los animales tiró su carga a medio camino y otro se despeñó junto a la cueva de Anchomarro. “Era el que llevaba el vino”, solía lamentarse Áureo Rebolé, que también participó en la expedición. Ya en la cumbre, hizo falta casi una semana para reconstruir la figura. Obtenían el agua del ibón de Lhurs o de los neveros próximos. Una prolongada tormenta les obligó a estar dos días refugiados en una sima. El 15 de agosto, cuando todo estuvo listo, partió de Pamplona la gran expedición: cuatro autobuses de aficionados que llegaron el valle aún de noche. El grupo se puso en marcha a las cuatro de la madrugada. Los testigos recuerdan con emoción la larga hilera de linternas avanzando por el paisaje quebrado de Larra. El sacerdote Casimiro Saralegui celebró misa en la cima y bendijo la estatua. Nadie sospechaba que un rayo la haría pedazos muy poco después. La pequeña imagen de bronce que hoy preside la cumbre es una réplica de aquella y una herencia de tiempos magnánimos y quizá mejores.
Texto y foto de http://cosasdecumbres.blogspot.com/
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