Los vecinos del pueblo se negaron a pagar más, y el rey envió a Falces al infante Don Luis. Los labradores salieron en masa a su encuentro y atacaron a la desprevenida comitiva, llegando a poner en peligro la vida misma del hermano del rey, que tuvo que huir a uña de caballo. No hubo muertos en la contienda, pero sí heridos en la escolta del infante.
Los sediciosos, temiendo la cólera del infante, huyeron hacia el Ebro para ganar Castilla y así escapar de la Justicia. Pero ésta llegó y por lo menos ocho de los diecinueve condenados sufrieron la pena de la horca. Además, los oficiales reales arrasaron con todas las cosechas y bienes que se encontraron a su paso. Difícilmente se habrá hecho en Falces una expoliación tan sistemática y total como la que se realizó en aquellos días.
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