Marta del Castillo, la joven sevillana desaparecida, en los titulares es simplemente Marta. En esos mismos titulares, al presunto autor de su muerte, Miguel Carcaño, lo citan con nombre y apellidos. Las fotografías del joven y de sus presuntos cómplices son publicadas una y otra vez. En el texto de las informaciones, se refieren a él como "el asesino confeso", a pesar de que se ha retractado de su declaración autoinculpatoria. En esos textos se ofrecen, además, numerosos detalles en torno a su situación familiar y laboral, sus amistades, sus aficiones. Nagore Laffage, la joven irundarra a la que mataron el 7 de julio en un piso de San Juan, en titulares nunca es Nagore. Al principio fue "la joven hallada muerta en Orondritz". Luego pasó a ser Nagore Laffage, siempre con apellido incluido. Y la semana pasada volvió a ser un circunloquio, "la joven estrangulada en San Fermín". En esos mismos titulares, el autor confeso de su muerte, José Diego Yllanes, nunca aparece con nombre y apellidos. Su fotografía no ha sido publicada jamás. En el texto de las informaciones, no se da ningún dato sobre su vida privada. Es más, se obvia flagrantemente un detalle que podría ser fundamental para el esclarecimiento del crimen: Yllanes era psiquiatra residente de la Clínica Universitaria, lugar donde Laffage realizaba prácticas de Enfermería. En el texto de la semana pasada, nombran al presunto criminal o con nombre y apellidos o mediante la fórmula "el pamplonés". Ni autor confeso, ni presunto asesino -ayer se confirmó que la Fiscalía le acusará de asesinato-, ni médico pamplonés. El pamplonés y punto. No mencionaré qué periódico actúa de esta manera. Pero resulta evidente. Y resulta lamentable. No hace falta ser experto en periodismo, comunicación, semántica para percatarse de la sistemática diferencia de trato. La víctima recibe un tratamiento cercano y humano o distante y frío dependiendo de quién sea su agresor. El acusado merece el linchamiento mediático y el escarnio público o el más exquisito respeto a su presunción de inocencia e intimidad dependiendo de su extracción social y, según todos los indicios, su relación con determinadas instituciones. Al parecer, salvaguardar inmaculado el buen nombre de esas poderosas instituciones es para algunos más importante que tratar con equidad y justicia a víctimas y victimarios. Acongojante.
Juan Kruz Lakasta (Diario de Noticias)
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