La instalación del presidente Manuel Zelaya en la embajada de Brasil en Tegucigalpa agudizó de un solo golpe la lucha entre los usurpadores del poder en Honduras y la gran mayoría del pueblo hondureño y, al mismo tiempo, el conflicto entre la mayoría de los gobiernos latinoamericanos, encabezados por Brasil, y Estados Unidos, así como la disputa entre el presidente Barack Obama y el gobierno paralelo de la derecha unida (demócrata y republicana) que utiliza por su cuenta el Departamento de Estado y el Pentágono para forzarle la mano al ocupante de la Casa Blanca.
En lo que respecta a la situación interna en Honduras, la bestial represión que ejercen los golpistas tiene varios fines. En primer lugar, busca paralizar el movimiento masivo de la resistencia popular, que se ha galvanizado con la presencia de Zelaya en la capital hondureña y, además, crear las condiciones para la invasión de la embajada de Brasil y el asesinato de Zelaya, hechos que serían presentados como excesos de un grupo exasperado. Por último, esa represión busca también unir las filas de las clases dominantes. Porque entre los paros, huelgas y manifestaciones, la caída de las exportaciones y de las remesas y los continuos toques de queda que paralizan la producción, hay sectores de la burguesía industrial, comercial y hasta de los terratenientes de las zonas más pobres, así como de las fuerzas armadas, que esperan una solución política a la crisis y están dispuestos a aceptar un gobierno presidido por Zelaya, en el que éste en realidad esté maniatado. (klik egin-ver más)
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