Antiguamente, los vecinos de Caparroso solían madrugar para ir a hacer leña a estos sotos. Según dice Felipe Marín, miembro de la asociación naturalista Alnus de Marcilla, un día, hace más de cien años, se cayó cerca del Sotillo un trozo de acantilado que tiró árboles y desvió el cauce del Aragón. «Afortunadamente, el tumbazo cayó media hora antes de que los caparrosainos fueran a llevarse la leña. Así que aquello fue casi un milagro».
Según dice Marín, los derrumbes son muy frecuentes en estos acantilados ya que el río va lamiendo los materiales de la base del cortado, hasta que la mole cae por su propio peso. Pero la inestabilidad de los acantilados terrosos, es solo un rasgo más de la tremenda variabilidad que caracteriza a los ecosistemas fluviales de la Ribera.
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