¿Se puede hablar del fracaso de un partido que ha ganado las elecciones? En este caso, rotundamente sí. El resultado de CIU en las elecciones catalanas del 25N es un batacazo monumental de Artur Mas y de su órdago por convertir estos comicios en el primer acto del camino por la independencia de Cataluña, bajo su liderazgo.
Nadie convoca elecciones para salir debilitado, pero CiU ha perdido 12 escaños y 200.000 votos, en una cita que, además, ha contado con la mayor participación en unos comicios catalanes: casi un 70%. Mas creyó ver en la marea independentista que tomó las calles el 11-S una oportunidad para desviar las críticas a su gestión, focalizarlas en la vieja tensión soberanista, y hacer historia al ponerse al timón de la nave que iba a decir adiós a España. Los resultados, que nadie previó -ni las encuestas, ni los medios, ni los analistas, ni los sondeos a pie de urna- han sido devastadores para su proyecto. Ahora no podrá gobernar en solitario, ha engordado a ERC hasta convertirla en la segunda fuerza política del Parlament, y no ha conseguido reforzar la mayoría independentista en la cámara catalana. Él mismo reconocía días antes de la cita electoral en la cadena SER que si perdía apoyos, se debilitaría su proyecto, y eso es exactamente lo que ha ocurrido. Y más allá de perder el órdago, Mas ha perdido la posibilidad de llevar la batuta en la gestión de la crisis, lo que resulta demoledor para un partido como CIU; a partir de ahora -lo reconocía en su comparecencia en el Majestic tras el recuento- necesitará un socio de gobierno. Su error de cálculo se convierte en un caso de estudio para los manuales de ciencia política. (klik egin-ver más)
Montserrat Domínguez, directora editorial de El Huffington Post
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