viernes, 8 de mayo de 2020

LOS BÁRBAROS

Avisaron antaño de su hartazgo, y la metrópoli se lo tomó como suele: Teruel es chiste. O sea, con una mezcla de cariño, displicencia y piedad, como si se tratara de un Marianico El Corto a quien, aun retirándole el epíteto faltón, se le mantiene el sufijo conmiserativo. Sus manifestaciones en la capital se consideraban una excursión entre exótica y bucólica, más pastoreo trashumante que marcha minera. Sin otra ideología que el cansancio de estar olvidada, tampoco se pudieron achacar a esa región pulsiones étnicas, pasiones historicistas, ansias fronterizas ni chovinismos culturales. Iban con un megáfono y algunos prefirieron ver un botijo.
No, a los turolenses no les engañó el sistema educativo ni la tele autonómica, ni se echaron a la calle tras la sombra de un gurú decimonónico ni de un profeta demagogo. Su bandera principal era su propia presencia, y la ondeaban más andando que gritando. Ciertos periodistas les entrevistaban con escasas ganas y nula curiosidad, pues el peatón quejumbroso carece de interés si no lleva pasamontañas. Aquellos matrimonios de mediana edad y jóvenes discretos no quemaron un solo contenedor, y dada la falta de atención sus herederos han obtenido un diputado. Ya no causa gracia ni provoca ternura. Teruel embiste.
Los que reían claman hoy enfurecidos, incapaces no solo de comprender al prójimo periférico, sino también de preguntarle qué le ocurre, qué le sigue pasando. Así que ya han sacado la calculadora y sugerido la solución jacobina: extirpar. Teruel es quiste. Y Melilla, y Canarias, y Cantabria, y Coruña, y Navarra, esos plastas de provincias a los que ya no les basta con venir a ver El Rey León.
Xabi Larrañaga, en Grupo Noticias (16-11-2019)


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