La historia del que fue nuestro chiquito reino pirenaico es tan fértil que allí donde arañas emergen mil anécdotas y dos mil protagonistas. Levantas un poco la piel y seguido brota la sangre que irrigaba aquel estado que miró de tú a tú a los grandes de Europa. Un territorio soberano que tenía embajadores en Francia, Inglaterra o Castilla, tribunales, moneda, fronteras y hasta unas Cortes que hacían jurar a sus monarcas que no iban a empeorar las primitivas leyes del reino.
También hubo ejército, aunque débil, y castillos que defendían las mugas que comían a dentelladas unos poderosos vecinos, que como los galgos del Príncipe de Viana roían los cimientos del solar vascón ávidos, como finalmente ocurrió, de zamparse el hueso del estado navarro.
Nadie mejor que, por ejemplo, los vecinos de Olite, Ujué o Artajona para leer en los muros de sus pueblos el pasado que el discurso oficial hurta. Está bien la promoción de rutas del vino, de la gastronomía merindana, de la flora y los pajaricos que anidan en las lagunas, así como otros mil mensajes que aguantan folletos impresos en cien colores que se reparten sin consuelo a los turistas que este mes de agosto pululan por nuestras aldeas.
Está bien, digo, pero pocos abordan con justicia la historia del Viejo Reyno. Posiblemente, es este pasado distinto el que busca el viajero madrileño, catalán o galo. Empero, no halla museo que le cuente con medios modernos quiénes fueron, por ejemplo, los Evreux y sí palacios hueros, como el de Olite, donde no queda ni mobiliario ni resquicio del significado político que tuvieron esas moles pétreas ahora mudas. De ahí la importancia y el reconocimiento del solitario esfuerzo que hace la empresa Guiarte para contar cada verano la historia a través de actores.
Miles de personas acuden todos los años al mercado medieval que organizan este mes en Olite y cuesta creer que tanto gentío arribe a comprar un queso o un chorizo que puede adquirir, incluso más barato, en la carnicería de su barrio. Es la vuelta al pasado, la búsqueda instintiva de la raíz, la que atrae a un público interesado más en subir a la máquina del tiempo que en agradar el estómago.
Ahora que la economía hace aguas, que la crisis del ladrillo dispara el paro y las haciendas locales pueden ser las próximas víctimas de los números rojos, ahora hay que trabajar la historia propia. Incluso como negocio. Apoyar el turismo de calidad y las iniciativas que apuesten por la recreación del peculiar pasado, que musealicen espacios y aprovechen las nuevas tecnologías para explicar quiénes fuimos, nobles o simples escuderos, y quiénes podemos llegar a ser
Luis Miguel Escudero (Olite-Erriberri) (Revista Ordago, 19/8/08)
También hubo ejército, aunque débil, y castillos que defendían las mugas que comían a dentelladas unos poderosos vecinos, que como los galgos del Príncipe de Viana roían los cimientos del solar vascón ávidos, como finalmente ocurrió, de zamparse el hueso del estado navarro.
Nadie mejor que, por ejemplo, los vecinos de Olite, Ujué o Artajona para leer en los muros de sus pueblos el pasado que el discurso oficial hurta. Está bien la promoción de rutas del vino, de la gastronomía merindana, de la flora y los pajaricos que anidan en las lagunas, así como otros mil mensajes que aguantan folletos impresos en cien colores que se reparten sin consuelo a los turistas que este mes de agosto pululan por nuestras aldeas.
Está bien, digo, pero pocos abordan con justicia la historia del Viejo Reyno. Posiblemente, es este pasado distinto el que busca el viajero madrileño, catalán o galo. Empero, no halla museo que le cuente con medios modernos quiénes fueron, por ejemplo, los Evreux y sí palacios hueros, como el de Olite, donde no queda ni mobiliario ni resquicio del significado político que tuvieron esas moles pétreas ahora mudas. De ahí la importancia y el reconocimiento del solitario esfuerzo que hace la empresa Guiarte para contar cada verano la historia a través de actores.
Miles de personas acuden todos los años al mercado medieval que organizan este mes en Olite y cuesta creer que tanto gentío arribe a comprar un queso o un chorizo que puede adquirir, incluso más barato, en la carnicería de su barrio. Es la vuelta al pasado, la búsqueda instintiva de la raíz, la que atrae a un público interesado más en subir a la máquina del tiempo que en agradar el estómago.
Ahora que la economía hace aguas, que la crisis del ladrillo dispara el paro y las haciendas locales pueden ser las próximas víctimas de los números rojos, ahora hay que trabajar la historia propia. Incluso como negocio. Apoyar el turismo de calidad y las iniciativas que apuesten por la recreación del peculiar pasado, que musealicen espacios y aprovechen las nuevas tecnologías para explicar quiénes fuimos, nobles o simples escuderos, y quiénes podemos llegar a ser
Luis Miguel Escudero (Olite-Erriberri) (Revista Ordago, 19/8/08)
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